Educar ennoblece y engrandese.

Hoy día del educador me vienen a la mente muchos de los buenos maestros y profesores que tuve durante mis etapas de estudiantes pero, al elegir a quien dedicarle mis palabras de dedicatoria, no dudé en hacerla a quien comenzó hace muy poco la labor de enfrentarse en las aulas al extraordinario momento de diagnosticar alumno por alumno el nivel de preparación para asumir una materia en específico y emprender la difícil tarea de superar todas las barreras que siempre tratan de limitar el que todos aprendan con pasión un contenido.

Todos los días cuando mi hijo Ronald Rodríguez Aguilera llega de cumplir con su jornada de impartir el idioma Inglés a niños de las escuelas primarias de Río Grande, Bayamita y Los Gallegos en el Consejo Popular de El Uvero, le pregunto si sintió que valió la pena ir con su motorcito a más de treinta kilómetros ida y vuelta a impartir sus conocimientos a escolares que lo esperan poseídos por saber la lengua de Shakespeare.

Me emociona saber que está cumpliendo la máxima de que todo hombre debe tener el deber de enseñar lo aprendido como pago a esa deuda que se tiene con la humanidad.

Quisiera verle las caras a esos pequeños de ese centro escolar enclavado en esta serranía  cuando levantan sus manos para responder cómo se dice en Inglés «Yo amo a Cuba».

He visto canadienses que visitan nuestro terruño en Guamá quedarse perplejos al poder escuchar niveles comunicativos de inglés en pobladores de esta zona que demuestran el esfuerzo educacional para que los habitantes de acá alcancen comprender la lengua más hablada en el mundo.

Hoy me llena de Satisfacción que a edades tempranas ya nuestros niños se preparan para conocer lo que significa esta lengua un mensaje que aparezca en su computadora y así poder emprender con éxito la ejecución de cualquier programa cuyas acciones sean definidas en ese idioma.

Entonces Ronald, en este día del educador, llegue a tus colegas al igual que a ti, las felicitaciones por la labor que realizan. Agradecer en nombre de los padres de esos niños de montaña que hoy sonríen cuando uno de ellos no pronunció bien el White para decir que es blanco pero al final lo aprenden.
A mi profe Gallardo, aquel con exquisito cuidado en la fonética y hasta que no se dijera como era, no paraba de repetir.

«Ronald, los niños todos los días te esperan ansioso a su turno de clases contigo, esa emoción de educar y recibir no tiene comparación».

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