Este día, a juzgar por el entusiasmo y la sonrisa con que lo conocimos, seguramente Camilo Cienfuegos estaría entre nosotros, con un sombrero alón parecido al de los primeros momentos del triunfo. La misma sinceridad de su sonrisa, pero con una lógica barba blanca, llegaría a su cumpleaños 86 después de casi medio siglo revolucionando.
El Señor de la Vanguardia —como lo llamara el Che— fue mucho más que un jefe militar distinguido en los combates. Fidel, sus hermanos de lucha y el pueblo cubano sabían que, unido a su valor como guerrillero y a su carisma personal, estaba la madurez y la fuerza de un pensamiento genuinamente revolucionario.
Camilo Cienfuegos escasamente vivió 301 días después del 1ro. de enero de 1959, pero su pasión revolucionaria fue tan grande que, durante estos 59 años, él ha sido inspiración y fortaleza de la obra de la Revolución.
Camilo era atrevido, valiente, el único capaz de bromear con el Che, reconocido por su seriedad y rudo carácter, aunque con él hacía una excepción, quizás, como posteriormente confesara, porque un buen día en medio de la guerra perdió su mochila con su comida y fue Camilo quien compartió con él la única lata de leche que tenía.
Y si la amistad con el Che fue entrañable, también lo fue con Fidel, quien reconoció sus dotes de militar y lo llegó a tener como su hombre de confianza en los momentos más difíciles de la guerra.
Nos hicimos hombres y mujeres en una tradición cuyo encanto no yace en el enigma, sino en la poética certeza del gesto que lo perdura, cada año depositarle flores en el mar, mas, no como símbolo de ausencia, sino para recordar que, cantamos porque está vivo, no, porque haya muerto.