Leonor Pérez, ejemplo de mujer.

Cuentan los historiadores que a  las 5:30 de la tarde del 19 de junio de 1907, sentada en la sala de la casa de su hija Amelia, serenamente, se quedó dormida para siempre, Doña Leonor Pérez Cabrera, madre del Héroe Nacional cubano, José Martí.

Había cumplido 78 años y pasaba mucho tiempo absorta en sus meditaciones, en los múltiples recuerdos de su amado hijo “Pepe.”

Viuda, casi completamente ciega, sin recursos, desamparada totalmente de toda ayuda oficial, Doña Leonor fue a vivir al amparo de su hija Amelia, en la calle Consulado, en La Habana. Nunca recibió amparo alguno de la República que su hijo concibió para los cubanos, y ella, mujer de entereza y rebeldía, creadora con su esposo de una familia de muchos vástagos virtuosos, casi todas hembras, nada reclamó al gobierno.

Tres de sus hijas, las queridas hermanas de José Martí, Antonia, Carmen y Leonor, fallecieron antes. También la anciana perdió a varios de sus nietos, por las duras condiciones de la vida austera de toda la familia. ¡Qué República era aquella! que no protegía ni auxiliaba a los fundadores de la Patria. ¡En qué la habían convertido todos los que traicionaron los ideales martianos!

Por si fueran pocos los sufrimientos familiares, tuvo que padecer las intrigas y traición del primer Presidente, Don Tomás Estrada Palma, que fiel al mandato del gobierno norteamericano, y para facilitarle las cosas, disolvió el Partido de Martí, desarmó al Ejército Libertador y entregó la Isla a la voracidad de sus ocupantes.

Hoy se cumplen 111 año de la desaparición física de Leonor Pérez esa mujer que históricamente concebimos perfecta y distante, se nos hizo real, se nos hizo una madre común, la mujer que dio al mundo tan genial cubano; la que, ineludiblemente, tuvo un peso en su formación; la mujer a la que Pepe -como ella le llamaba a su José Martí- dedicó sus primeras inspiraciones poéticas y a quien abordo del vapor Mascotte, en 1894, le escribió:

“… ¿de quién aprendí yo mi entereza y mi rebeldía, o de quién pude heredarlas, sino de mi padre y de mi madre? (…). A otros puedo hablar de otras cosas. Con Ud. se me escapa el alma, aunque usted no apruebe con el cariño que yo quisiera mis oficios”.

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