Los ojos de Palestina

Tomado de https://www.granma.cu

A la Franja de Gaza, 30 días de masacre le han arrebatado más de 10 000 vidas, entre ellas más de 4 000 son niños

Autor: José Llamos Camejo | internet@granma.cu

No recuerdo unos ojos tan tristes como los de la niña que mostró la televisión hace un par de semanas. «Quiero a mi mamá», suplicaba, mientras la rescataban de entre los escombros calcinados del edificio donde residía hasta la madrugada, cuando una bomba sionista la sorprendió a ella, a su familia y a vecinos, mientras dormían.

Descalza, el rostro lleno de moretones, los cabellos en completo desorden, la ropa manchada de sangre, heridos los inocentes labios que debieran ser para sonreír. Parecía un ángel en desespero, al que le han asesinado el futuro.

Una cámara la captó entre las ruinas en esa franja del mundo que los bárbaros hace un mes descuartizan a sangre fría, sin que la «justicia» los vea ni los oiga, porque, al fin y al cabo, el de esa niña es el dolor de «los nadie».         

En implorar: «…mi mamá», consumía sus escasas fuerzas, casi seguro sin entender lo que ocurría a su alrededor. ¿Qué suerte habrá corrido esa niña?; ¿vivirá todavía? La llevaban a un hospital, y en Gaza los hospitales, como las mezquitas, las escuelas y los centros de refugiados, para los carniceros de Tel Aviv y sus cúmbilas otanistas, son «objetivos militares»; al igual que las ambulancias, la gente que huye de la metralla, los enfermos, los heridos, los niños, las embarazadas y los ancianos son «terroristas»; un alto cargo israelí les llamó «animales», y otro sugiere arrojarles una bomba nuclear.

A la Franja de Gaza, 30 días de masacre le han arrebatado más de 10 000 vidas, entre ellas más de 4 000 son niños y niñas. El tamaño de esta abominación es mayor que el de la ejecutada hace dos milenios por orden del rey Herodes, quien decidido a matar al recién nacido que –según la leyenda bíblica– hacía peligrar su trono, y sin conocer la identidad ni el paradero del niño venido al mundo en Belén, ordenó decapitar a todos los menores de dos años en aquella comarca.

Con holgura, Netanyahu ha dejado atrás esa cuota de felonía, desde el 7 de octubre pasado hasta hoy. Tratando de aniquilar a la resistencia armada contra la ocupación sionista de Gaza, el Herodes moderno le quita la vida a 165 niños por día. Esas estadísticas

no incluyen a las mujeres embarazadas (dicen que habían 70 000 allí, en ese estado, antes del inicio de la masacre); ¿cuántas de ellas habrán perecido en el holocausto de Gaza?, ¿a cuántos inocentes las bombas de Tel Aviv les habrán negado el derecho de nacer, abrir los ojos y ver al mundo?

Más cruenta aún será la matanza si no le ponen coto a la bestia envalentonada. Los tanques Merkava ya operan en el interior de la Franja; los apoyan desde el océano una poderosa escuadra naval, y desde el aire los «pájaros de la muerte». La ira sionista se dispone a borrar del planeta a Gaza con todos sus habitantes; 300 000 matones se aprestan al genocidio. 

El holocausto palestino ocurre ante los ojos del mundo, al amparo de portaaviones, marines, acorazados; todos envíos de Papá Satán (alias Tío Sam) y sus súbditos. Hay culpas también de otros: la tibieza contemplativa es cómplice cuando de crimen se trata.

Mientras, otras voces intentan matar la verdad sobre Palestina, honestidades que quieren ser escuchadas pareciera que, por momentos, naufragan en el concierto antidemocrático que a menudo retumba en las Naciones Unidas. ¡Qué incapacidad!, ¡qué paraplejia la de ese vetusto organismo!, ¡qué infame el silencio de la Corte Penal Internacional y ella misma!, ¡cuán huecos y estériles tratados y convenciones internacionales ante los ojos de la barbarie!

A la par de sermones ambiguos intentan mimetizar la culpa, las bombas desdibujan la Franja de Gaza; herida la humanidad se retuerce; mientras, el verdadero culpable oculta su rostro, y acusa.

La televisión muestra otro fragmento del horror de estos días que estremecen al mundo. Entre los escombros calcinados de Gaza, veo a unos seres como aturdidos, van a ninguna parte; algunos llevan en brazos y aprietan contra sus pechos unas envolturas blancas, pequeñas; buscan donde enterrar los cuerpos de sus hijos asesinados.

Ese paisaje de muerte y desolación –cruel metáfora de tres cuartos de siglo de despojos y resistencia– me devuelve unos ojos tristes, que los bárbaros quieren cerrar para siempre; ojalá que el mundo no lo permita: son los ojos de Palestina.

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